Abraham Olano
Abraham Olano


Día 6 de junio. Vísperas de la Dauphiné Liberé, la gran clásica del ciclismo francés. Un ensayo de 7 días para el equipo Banesto, antes de la prueba máxima: el Tour de Francia, que comienza el 5 de julio. El equipo español se concentra a las afueras de Grenoble, capital de los Alpes. Todos los ojos sobre Abraham Olano, su nuevo jefe de filas, 27 años, 1,83 metros, 73 kilos de peso, 44 pulsaciones en reposo. La pregunta -absurda, frívola- de los aficionados de Europa: ¿tiene este hombre madera de relevo? La sombra de Indurain -cinco Tours, dos Giros, campeón del mundo, campeón olímpico...- es alargada e impertinente. "Yo soy yo, y Miguel es Miguel", repite el guipuzcoano a los periodistas franceses que se acercan a curiosear durante la sesión fotográfica en el jardín del hotel. Sus palabras se ahogan en el zumbido de la autopista cercana...

A media mañana, Olano y cuatro hombres de su equipo salen a adiestrar emociones y músculos en el mítico Alpe d'Huez. La cumbre alpina será uno de los más hermosos finales de etapa en el Tour. Hay que intimar con la belle, recorrerla metro a metro, penetrar en sus gargantas profundas, saber dónde atacar y dónde tomar aliento para dominarla... Aún vírgenes de esfuerzo y oxidación, los ciclistas superan desahogadamente las demoledoras curvas de herradura, la pendiente que clava los coches en primera. Máquinas sobre ruedas, los ciclistas alcanzan la cima en unos increíbles 25 minutos. Sorpresa, arriba está esperando Bernard Hinault. "He venido para saludar al equipo Banesto y a su nuevo líder", dice el francés. "Era mi ídolo de niño", explica Abraham Olano... y una mirada arrobada le hace parecer un niño junto al otro vencedor de cinco Tours.

Después de comer en el hotel -ensalada, pasta, pollo, fruta, todo en cantidades sensatas- los ciclistas echan la siesta. Nos volvemos a ver a las seis. Nos sentamos frente a frente, solos en una pequeña salita. Son como dos gotas de agua, pienso evocando la cara de Indurain. Pero hay algo diferente: los ojos. Menos desmayados que los del navarro, con una chispa divertida. También la expresión es menos impenetrable, menos medida.

Pregunta.-Es sucesor de Indurain, ¿le molesta que le comparen con él?
Respuesta.-Bueno, es una opción. Pero Miguel ha sido un monstruo irrepetible, y Miguel se ha acabado. No, sinceramente no me gusta que me comparen. Yo lucho con mis posibilidades, y al primero que no tengo que defraudar es a mí mismo.

P.-¿Le ve a menudo? ¿Le ha pedido consejo?
R.-No le veo a menudo, pero cuando estamos juntos hablamos de ciclismo. Aunque no es persona de dar consejos, si se los pides, te los da. También le pregunto por Marisa, por su hijo... No tenemos otra tertulia.

Recorrer una a una las etapas que conducen hasta la historia del ciclismo no es una escalada fácil. Para empezar, el trazado del Tour de este año no favorece demasiado al especialista en contrarreloj. Mucha montaña, con los Alpes y los Pirineos muy concentrados, colosos que hay que conquistar para llegar al Parque de los Príncipes, si no con la victoria total, al menos con honor. Abraham lo sabe. Conoce muy bien la frustración de ir dejando atrás la victoria en una subida que neutraliza todos los esfuerzos, todos los sufrimientos anteriores; la pesadilla de un puerto que se resiste como una muralla. "Faltar, nada; sobraba el Mortirolo", ha respondido antes con sonrisa guasona cuando le hemos preguntado qué le faltó en el Giro de 1996, en el que quedó tercero después de haber rozado el triunfo absoluto. "Es el más terrible de los puertos. Ahí sí que te las ves con tus tripas. Peor que el peor de los Pirineos, peor que el Mont Ventoux". Ahorrando fuerzas, y quizá moral, Banesto no ha hecho el Giro este año. Pero, como el resto del equipo, Olano ha trabajado, y mucho, la montaña. Escalada para desarrollar los músculos de fibra roja; llanear para tonificar los de fibra blanca... Resistencia versus velocidad punta. Pulsaciones mínimas. Metabolismo fino. Oxidación compensada...

El cuerpo como laboratorio químico y el alma al ralentí, para que el sufrimiento entre en un letargo sostenible.

"No soy un escalador, pero puedo llegar a donde llegan ellos", afirma tranquilo Abraham. "A veces no es cuestión de ganar, sino de no perder tiempo. Claro que me gustaría poder atacar, pero qué quieres, con este físico -abre los brazos en cruz como para exponer su cuerpo, flaco y fibroso, a las miradas del mundo y suelta una carcajada-. Por otra parte, el Tour se gana a lo largo de veintidós días... y puedes perderlo todo en unas horas. Es así, y eso no debe hundirte. Hay que pensar que los demás también van encima de la bici, y que les puede pasar lo mismo que a ti. En las grandes rondas ciclistas no hay espacio para las genialidades. No haces un gol y ganas el partido en una jugada. El hecho de competir ya es una marca. Ganar supone haber sudado el recorrido metro a metro. No hay atajos.

P.-¿Cuál es su fuerza y cuáles son sus debilidades ?
R.-Soy muy tozudo, pero quizá por eso mismo, trabajador. Siempre pienso que en este deporte nadie consigue nada sin esfuerzo. Sé que si me entreno en la montaña, mejoro en la contrarreloj, porque al final, es cuestión de llevar las pulsaciones altas...

P.-Ha dicho Riis: "Voy a meterles miedo a todos". ¿Usted tiene miedo?
R.-Yo le diría a Riis que donde hay que dar miedo es encima de la bici, no de palabra... En el papel, él es el principal candidato, no hace falta decir más. En lo tocante a mí, si me siento bien de forma, no tengo miedo. Daré lo que puedo dar, ni más ni menos. Esa idea me descarga de responsabilidades que no me conciernen. De todas formas, no soy una persona miedosa. Sí me preocupan, a veces por demás, cosas que le pueden pasar a mi familia. Por eso, intento mantenerles siempre un poco apartados de todo este lío del ciclismo... Bueno, lo intento, porque en el caso de mi mujer es imposible: siempre lo sabe todo...


"INDURAIN HA SIDO UN MONSTRUO IRREPETIBLE, Y MIGUEL SE HA ACABADO"


P.-Se casó con ella hace dos años, una ciclista...
R.-Sí, se llama Karmele Zubía, y es guipuzcoana como yo, de Andoain. Corría con el equipo de Caja Rural de San Sebastián. Nos conocimos en unos Campeonatos de España, cuando nos entrenábamos, y allí nos enamoramos. Quizá porque conoce este deporte desde dentro, lleva mejor lo de las separaciones, que son duras, la verdad. También vigila mi alimentación, mi entrenamiento... Lo pasa muy mal, pero me ayuda muchísimo.

P.-Dicen que las mujeres vascas mandan mucho...
R.-Pero tratan muy bien a los hombres en casa. Nos cuidan...

P.-Sobre todo, con la comida. Algo que para usted es un peligro...
R.-Sí, sí. La dieta es lo que peor llevo. Privarme de comida es un sacrificio terrible, porque tengo un apetito de toro. En juveniles, llegué a pesar 86 kilos. Ahora peso 73, y aún me sobran 3..., o sea que imagínate el sacrificio. A veces sueño con unas buenas alubias de Tolosa...

P.-Con otros cuatro hermanos varones, la suya debió de ser una casa movida...
R.-Sí, no había espacio para sentirse solo. Somos seis hermanos: cinco chicos y una chica. La mía era la típica familia obrera vasca. Mi padre es electricista, tres hermanos míos son electricistas. Otro está estudiando ahora... Conmigo no hacían carrera. Estudié menos de lo justo. Ni siquiera acabé EGB, lo dejé en octavo. Me puse a trabajar en un taller mecánico. Entrenaba medio día y el otro medio día trabajaba. Empecé a correr a los nueve años. Al principio me dediqué más a la pista. Al tercer año de aficionado, decidí correr en carretera, porque la pista no tenía demasiada salida.

P.-¿Echa de menos a sus amigos de Anoeta?
R.-Tengo amigos, pero con esta vida de monje no puedo alternar mucho con ellos. Y, la verdad, en cuanto tengo unos días libres, lo que más me gusta es estar con mi mujer. Salimos por ahí, en un tándem, a rodar por los alrededores de Tolosa.

P.-Una imagen reposada para el reposo de un ciclista... porque en este deporte se sufre mucho, ¿no?
R.-Hay una máxima: si vas cómodo en la bici, es que estás dando poco rendimiento. Para conseguir algo, tienes que sufrir.

P.-¿Cuánto?
R.-A veces vas subiendo un puerto, pasándolo fatal, y oyes que alguien, cómodamente instalado en la cuneta, te grita: ¡Vago!, o algo parecido. Entonces, siempre piensas lo mismo: si estas sensaciones que tengo yo ahora las tienes tú, te tienen que llevar a la UVI en ambulancia... Es un cansancio tremendo, un padecimiento que intentas soportar al máximo. Por eso tienes que llegar muy preparado. El cuerpo no resiste pasar de un entrenamiento suave y una competición tranquila a un Tour o a un Giro.


"SER VENCEDOR DEL TOUR. ESA SERIA LA ILUSION DE MI VIDA"


P.-Los masajistas ayudan a recomponer el cuerpo.
R.-Es que no sólo recomponen el cuerpo, sino la moral. Son nuestros psicólogos. Cuando llegas reventado, mientras te dan el masaje, te dicen: "Tranquilo, no pasa nada. Los demás están igual o peor que tú". O bien: "En la televisión he visto que tú andabas mal, pero el que llevabas al lado, ese sí que iba fatal... Estaba totalmente destrozado". Eso te ayuda a relativizar, a quitarle dramatismo a tu problema... y te hace seguir adelante.

P.-Del Mapei al Banesto... ¿Por qué te cambió de equipo?
R.-Simplemente, porque estaba Miguel. Ahora resulta que ya no está... Son cosas de la vida.

P.-¿No sienten a veces que les tratan como a máquinas, siempre en función del rendimiento?
R.-En mi caso, el ciclismo es una afición transformada en oficio. Es una suerte. Pero sé que no soy distinto que cualquier otro trabajador: un autómata que hace lo que se espera de él. En mi pueblo de Anoeta, yo veía a los obreros que salían de casa todos los días a la misma hora, pasaban por la misma acera, iban al mismo torno o a la misma fresadora a producir la misma pieza, volvían a casa... Esa imagen la tengo muy grabada. Para mí es lo mismo, lo que pasa es que yo cambio de paisaje. Y me gusta mi trabajo...

P.-Y le pagan muy bien...
R.-Gano lo que me pagan. Y si me pagan, será porque deben de pensar que me lo merezco...

P.-¿Hacia dónde va el ciclismo?
R.-Llega el ciclismo al estilo de Italia. Llega la individualidad. A la hora de hacer los contratos, los equipos sólo miran el ranking de la UCI, no calibran por el trabajo. Eso me parece mal e injusto. En mi equipo, el Banesto, hay muchos corredores que no tienen puntos, pero que son grandes trabajadores y hacen una labor de equipo que otros que buscan victorias no han hecho ni harán jamás en su vida. Yo creo que al ciclista habría que valorarle como trabajador. Por la labor que hace, no por los puntos.


"PRIVARME DE COMIDA ES UN SACRIFICIO TERRIBLE PORQUE TENGO UN APETITO DE TORO"


Fue uno de esos días mágicos, de los que se dice que hacen afición. Estamos en Colombia, en 1995, durante los Campeonatos del Mundo de Ciclismo. Miguel Indurain ha hecho el crono más corto en la prueba de contrarreloj. El siguiente menor tiempo lo hace Abraham Olano. Pocos días después, campeón y subcampeón del mundo de contrarreloj -uno del Banesto y el otro del Mapei, rivales en todas las carreras hasta llegar a Colombia- disputan el Campeonato del Mundo de Fondo en Carretera, la prueba reina del ciclismo, con el equipo de España.

Un suplicio de 270 kilómetros les separa del triunfo. Tal como se esperaba, la prueba va dejando atrás a las primeras figuras mundiales. Al final, sólo resisten delante Indurain, Olano, el italiano Pantani y el suizo Gianetti. Van todos muertos, vigilándose , inventariando las fuerzas ajenas y cotejándolas con las propias... En la última vuelta, cuando nadie se lo espera, Olano ve su oportunidad y se escapa. Indurain, el rival hasta ese día, lo tiene claro: mira a los dos extranjeros, y empieza a zigzaguear para impedirles saltar y que salgan a perseguir al compañero de equipo. El navarro ya ha renunciado mentalmente a la victoria, que tenía tan cercana, y que falta en su palmarés. Sabe que si persigue a Olano, el suizo y el italiano le seguirán y habrá que disputar un sprint a cuatro. Eso es un 50% de probabilidad de que gane el equipo español. Controlando a los rivales, la victoria es segura. Pero las cosas no se ponen fáciles: Apenas a 500 metros de la meta, pincha Olano. Cambiar la rueda supone perder algo más de 30 segundos. No hay tiempo. El trío perseguidor se acerca rápidamente. El guipuzcoano sigue pedaleando, y por fin llega vencedor Olano, con la rueda pinchada... Todas las cámaras del mundo, admiradas, recogen la escena para la historia. En el sprint que queda por disputar, Indurain gana con las únicas fuerzas que quedan en toda la carrera... Es el triunfo del equipo frente a la de la gloria individual.

En Anoeta, el recibimiento a Olano es apoteósico. Pero algo emociona más que nada al ciclista. En la plaza de su pueblo, su hermano pequeño le baila un aurresku: el mayor homenaje de respeto que un vasco puede dedicar a otro. "Nunca en mi vida olvidaré ese momento", recuerda Abraham. "Fue un momento muy especial".

Al terminar la entrevista, los periodistas franceses nos piden que hagamos de traductores. Al final, no pueden escapar al juego de los contrarios. Olano supera la prueba con soltura.

P.-¿Qué me dice de la rivalidad entre los equipos españoles, como la ONCE y Banesto? Dicen que es muy fuerte en su país...
R.-Al ser dos equipos del mismo país, coinciden en más carreras. Son dos grandes que se enfrentan en los grandes objetivos. De todos modos, este deporte no se alimenta de rivalidades. En el fútbol, la gente es del Real Madrid o del Barcelona, del Betis o del Sevilla, y es más difícil encontrar a gente que aprecie un buen partido, aunque pierda su equipo. En el ciclismo, la afición es distinta. La mayoría respeta mucho al hombre que lucha, valora el esfuerzo y la entrega, y eso es lo que lo hace grande... Los franceses se alejan... Antes de la despedida, surge una última curiosidad:

P.-¿Cómo le gustaría que le recordaran cuando se acabe su vida deportiva ?
R.-Como un buen compañero. Es con lo que vas a seguir viviendo cuando se acabe la bicicleta...

P.-¿Y como vencedor del Tour?
R.-Esa sería la ilusión de mi vida.


LA HORA DEL RELEVO



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